Las políticas de reforma económica del gobierno de Menem: distintas evaluaciones
El conjunto de reformas económicas encaradas por el
gobierno de Carlos Menem dio lugar a evaluaciones y críticas muy
diferentes por parte de los analistas de los distintos aspectos
contenidos en las mismas, la forma en que se enlazaron unos con otros
y los resultados y consecuencias arrojados.
En este sentido, es posible abrir un amplio abanico de
opiniones en el que se puede encontrar, en un extremo, a aquellos que
avalan completamente el rumbo adoptado, como así también juzgan
oportunas y acertadas las medidas para seguirlo en pos de emular “las
recetas exitosas” –desde esta perspectiva- aplicadas en otras
latitudes, miran con peculiar optimismo el futuro, una vez ubicado el
país en la “senda que conduce al desarrollo”, y ven en la
realidad los datos que les permiten confirmar los resultados
positivos obtenidos1.
En el otro polo, hallamos a quienes desconfían de tales
recomendaciones tanto como de quienes las sugieren y, también
analizan críticamente al conjunto de transformaciones llevadas
adelante y el tipo de actividades impulsado, su forma de ejecutarlas,
la manera en que se encadenaron unas con otras y las consecuencias de
las mismas en el corto y largo plazo2.
Entre ambos extremos es posible ubicar posiciones “matizadas”
entre aquellos que, por un lado, destacan las virtudes del modelo en
el plano teórico (cuya debilidad juzgan aún no demostrada) pero
que, simultáneamente, cuestionan las distorsiones con
respecto al patrón ideal que surgieron a partir de la implementación
local, cuyas severas desviaciones con respecto a áquel
serían datos fundamentales a sopesar al encarar una evaluación de
lo actuado en la Argentina. Desde esta línea analítica, la
particular aplicación del modelo llevada adelante por el menemismo y
sus soluciones rápidas y fáciles, arrojaron desiguales y
contradictorios resultados en lo inmediato y mediato3.
Por supuesto, aquellos que evalúan negativamente las reformas
menemistas y desconfían también del modelo en abstracto, consideran
completamente alejado de éste al “collage” argentino, cuya
aplicación concreta contrastaría con varios de los postulados
declamados por aquél o resultaría, al menos, una peculiar
adaptación a las necesidades de algunos intereses locales4.
Para una organización comparativa de estas diferentes
perspectivas se abordarán distintos ejes a partir de
los cuales articular las posiciones y confrontarlas. Los aspectos
fundamentales a desarrollar se ordenarán en torno a:
- Evaluación histórica.
- Modelo teórico abstracto vs. Concreción específica local.
- El papel del capital extranjero y la alianza local.
- Algunas reformas clave: Política monetario - cambiaria, apertura financiera y comercial, desregulaciones y privatizaciones.
- Balance del crecimiento económico: tipo de actividades en las que se sustenta, sus límites y los cambios reales operados.
- Vulnerabilidades y efectos negativos - en general- beneficiarios y víctimas: los costos sociales y la estructura social resultante.
Finalmente, la construcción de un cuadro
sintetizador comparativo, sin pretensiones de complejidad y
exhaustividad, resultará ilustrativa para confrontar posiciones en
una presentación polarizada.
- Evaluación histórica
La mayor parte de los autores convergen en un estudio
previo contextualizador a nivel histórico de las características de
los modelos de acumulación precedentes y del viraje operado por las
recientes transformaciones. También aluden al marco internacional
escenario de tales modificaciones.
Llach, como buen liberal, destaca “ciertas afinidades”
entre las instituciones de la etapa previa a los años 30
(liberal, primaria y abierta) y la posterior al 89-91 (subsidiaria,
integrada y abierta), fase que sin embargo, a su entender, supera
a la primera por su capacidad de producir una integración
internacional más equitativa y un desarrollo más diversificado. La
denominada segunda etapa, entre 1930 - 1989 (mixta, industrial y
cerrada) resulta de magros resultados para este autor, quien enfatiza
las ventajas del nuevo modelo sobre aquélla, aún en lo que
concierne a rasgos que le eran propios como integración del
interior, industrialización y equidad social. Un Estado
sobredimensionado y protector, una industria subsidiada e
ineficiente, un déficit fiscal permanente, empresas públicas
deficitarias, demanda interna sostenida en el gasto público,
inflación y consumidores aterrados eran algunos de sus rasgos. Según
sus particulares apreciaciones esta segunda etapa alcanza sus logros
en una alternancia entre gobiernos civiles y militares, evaluando la
violencia política de fines de los 60 y la megainflación como
“signos” de un sistema que se resistía a cambiar, aún
completamente agotado5.
La tercera etapa, con vigencia democrática, puede abrir, para Llach,
la puerta al progreso económico y social con una implantación más
pacífica y menos costosa.
Si bien los otros autores coinciden en el agotamiento
del capitalismo argentino y de su capacidad de promover el
crecimiento económico del denominado período estadocéntrico,
“leen” la historia y vislumbran el futuro de manera muy distinta.
Para ellos, la fórmula industrialista implementada durante el
peronismo no logró resolver la fuerte discrepancia entre nivel de
ahorro e inversión, dando lugar a una pugna distributiva que llegó
hasta el extremo político – militar. La evaluación negativa del
modelo fue “sesgada” en función de propiciar el recetario
neoliberal. A partir de aquí se produce un cambio en el horizonte
conceptual que abre las puertas a los argumentos esgrimidos por los
liberales, antidesarrollistas y antiproteccionistas6.
Por su parte, ven en los años 60 y 70 la presencia de difusos
intentos –derrotados- de recomposición. La última dictadura
militar produce el giro económico liberal y se encuadra en la línea
que, finalmente, asume para “completar y profundizar” el
menemismo, bajo premisas antagónicas a las enarboladas por el modelo
justicialista7.
Desde esta perspectiva, el acelerado desmantelamiento del viejo orden
y su reemplazo por el neoliberal no resolverá los problemas
estructurales y desequilibrios existentes, como piensa Llach, al no
dar lugar a una transformación virtuosa. La impostergable reforma,
una vez arrasadas las posibilidades de resistencia, tomó la forma
más conservadora (que de ninguna manera era la “única
salida posible”) y, en un futuro, puede jaquear el proceso de
consolidación democrática y tal vez lo sorprendente, por ahora, sea
justamente el hecho de haber introducido “ajustes estructurales”
sin conflictos de magnitud8
en la democracia liberal, a la que, paradójicamente, Llach cree ver
mejor y más sólida a partir de tales cambios.
El “acercamiento” que Llach traza entre el modelo
actual y el de principios de siglo es, para Schvarzer, un indicador
negativo, ya que evidencia la regresión de la economía hacia la
“estructura primaria exportadora”. El argumento liberal, por su
parte, se sostiene –hoy como entonces- en la llamada “teoría
de las ventajas comparativas”: producir aquello para lo que estamos
naturalmente mejor dotados.
Con respecto al contexto internacional, Llach encuentra
en éste ventajas adicionales para el desarrollo de la economía
argentina, apuntando contra una tradición que cree ver en el
exterior la fuente de todos los males. El mundo globalizado, para él,
facilita las entradas de capitales a los países emergentes o su
comercio exterior alternativamente, favoreciendo la compensación de
los saldos de cuentas externas.9
Por lo tanto, nuestra economía encuentra posibilidades de
crecimiento vía integración al mundo, sin más exigencias que un
respetuoso cumplimiento de reglas de juego estables, buen
sistema impositivo, solvencia fiscal, buena política
económica, buen gobierno y buena sociedad.
Desde la mirada crítica, Aroskind presenta un panorama
bastante diferente en lo que se refiere al marco de la economía
mundial y su relación con las periferias. Luego de la crisis de los
años 70 observa un ciclo marcado por la preeminencia del capital
financiero sobre el productivo, la interconexión de las economías,
la presencia de megaempresas y un gran salto tecnológico, fruto de
la decisión de los conglomerados económicos, académicos y
políticos. Esto ha dado lugar al fortalecimiento de la posición de
países como EEUU, Japón y la Unión Europea, de sus empresas y, en
general, del capital sobre los restantes grupos sociales. La
Argentina se inserta en ese marco, en una situación poco envidiable.
El endeudamiento externo inducido en los años 70 estableció, desde
entonces, una sangría permanente de recursos y una dependencia
reforzada con los organismos financieros internacionales y acreedores
externos. En este contexto la cuestión de la deuda, tal como
argumenta Schvarzer, no es un dato menor al convertirse en prioridad
de las políticas a seguir, y en la mayor traba a las posibilidades
de la economía argentina –elementos omitidos en el análisis de
Llach-. Las formas asumidas por las reformas estructurales se
adecuarán a las necesidades de los acreedores, como veremos más
adelante. Por otra parte, el “respetuoso cumplimiento” de
las reglas no es otra cosa que la aceptación acrítica del paquete
de medidas conocido como “Consenso de Washington” en una sintonía
que armonice los intereses de los sectores dominantes nacionales y
los extranjeros. Además el cumplimiento de tales normas no garantiza
recompensas por parte del capital extranjero.10
- Modelo Teórico Abstracto vs. Concreción específica local
La adopción acrítica del pensamiento neoliberal lleva
a soslayar aún las advertencias de sus propios mentores neoclásicos.
Según advierte Azpiazu,11
la ortodoxia neoliberal parece olvidar que el propio Adam Smith
entendía que “la mano invisible de los mercados” necesita de la
mano “visible” del Estado y las instituciones. Sin embargo, tal
como observan los críticos del modelo, los fundamentalistas del
mercado parecen ignorar que la realidad, con su creciente
oligopolización de los mercados no coincide con el modelo de
competencia perfecta, y prefieren adjudicar cualquier falla al
intervencionismo estatal y las regulaciones que conspiran contra el
“libre juego de las fuerzas de mercado”.
La exaltación de las coincidencias entre la “teoría
en el papel” y “la realidad”, en cuanto a que las
características estructurales del sistema en régimen de competencia
perfecta se corresponden con la existencia de relaciones económicas
“óptimas” y de “máxima eficiencia”, trae como derivación
natural que la política económica debe estar orientada a alcanzar y
mantener esas condiciones de libre concurrencia.
Según los fanáticos defensores de la ortodoxia
neoliberal en combinación con los postulados de las escuelas más
restringidas de la llamada “economía del bienestar” “...el
sistema de mercados(...)permite alcanzar una eficiente asignación de
recursos y una maximización del bienestar...”12
donde la noción de “eficiente” está estrechamente ligada a
la de equilibrio competitivo. El elemento subyacente en la versión
ideológica y simplista del neoliberalismo es éste, de ahí la
necesidad de retrotraerse al capitalismo competitivo, a la libre
competencia perfecta, a fin de alcanzar un “eficiente”
funcionamiento del sistema. Sin embargo, es poco consistente
“atribuir ciegamente a un modelo teórico las propiedades del
mundo real”13.
En esta línea es posible inscribir al trabajo de Llach, cuya
adscripción ciega a lo que considera “las ideas correctas” lo
lleva a pontificar cada una de las reformas introducidas que han
llevado, a su entender, a impulsar la competencia, la inversión, la
productividad y la calidad.
Aunque muchos autores discutan los postulados del
neoliberalismo en el papel, aún quienes no los rechazan por completo
estiman que lo operado en la Argentina dista bastante del modelo
teórico. En este sentido, según afirma Palermo, es destacable la
relevancia de sistemas de regulaciones ad hoc que suponen
precios “políticamente” fijados (el tipo de cambio, la
capitalización en semi-cautividad, protecciones a la industria
automotriz, las privatizaciones que “cedieron” nichos de ganancia
sin riesgo, etc). También llama la atención que si el modelo
teórico postula una estructura de incentivos a favor de la inversión
de bienes transables internacionalmente, hasta ahora no ha sido el
caso. Más bien éstos se han orientado hacia los servicios públicos
privatizados conforme a regulaciones ad hoc. Si también se prescribe
una mayor competitividad entre los agentes esto no se ha producido,
en particular los esquemas privatizadores se apartan de esta norma y
suman a favor de la concentración. Ni hablar de la transparencia
entre sector público y privado, donde los grises son los tonos
predominantes. Por lo tanto, las reformas no conducen tanto al
mercado como a una nueva forma de capitalismo político asistido.14
- El papel del capital extranjero y la alianza local.
Desde la perspectiva de Llach, la atracción de
inversiones (extranjeras y locales) –elemento fundamental para el
desarrollo económico y el crecimiento sostenido de la economía-
depende del “buen gobierno, de la cantidad de proyectos rentables y
del riesgo país”.
Considera que la cantidad, variedad y calidad de esa
inversión se incrementó decididamente a partir de las reformas y el
correcto cumplimiento de los “deberes” demandados por el capital
externo. Tales inversiones, para Llach, se realizaron en plenas
condiciones de mercado, hecho fundamental para garantizar el
crecimiento. Y, si bien se modificaron las rentabilidades sectoriales
de los proyectos de inversión, no todo lo que unos perdieron lo
ganaron otros en lo que sería un “juego de suma cero” porque se
expandieron las “fronteras de posibilidades de producción”. Otro
factor significativo es, para este analista, el riesgo país, que
también depende de la buena letra que hagan los gobiernos y
sociedades y cuya calificación es una disciplina impuesta por la
globalización que de incumplirse acarrea menor crecimiento
económico. El arribo del capital extranjero llega, además, con una
gran ventaja extra: los empresarios extranjeros, cuya experiencia y
visión permite superar las viejas prácticas de privilegio propias
del “estado protector”, por esto, progresivamente, se ha
desarrollado un aumento del factor empresarial local.
En las antípodas de este análisis, Aroskind argumenta
que tanto el establishment local como los organismos financieros
internacionales y las empresas calificadoras de riesgo (también los
medios de comunicación adheridos a ese paradigma) “evalúan”
sistemáticamente a la economía y sus actores. Sin embargo, tal
evaluación no se basa en parámetros de desarrollo humano y social,
sino en la capacidad de pago de las deudas (de allí la atención
prestada al déficit fiscal). Habiendo mucho de manipulación
política en los procedimientos, se ha construido un “un
extraordinario dispositivo de control y veto sobre cualquier
política nacional autónoma”15.
Al mismo tiempo, la afluencia de capitales inducida por los
“operadores” se basa, si bien es cierto, en señales tales como
altas oportunidades de rentabilidad y garantías jurídicas, esto no
es todo. Contrariamente a lo que piensa Llach, la supuesta buena
letra no alcanza para asegurar su llegada y permanencia, ligada
a un comportamiento “rebaño”, se mueve independientemente del
“cortejo”. Contra el argumento del “cumplimiento de los
deberes”, se esgrime también, que los años 90 se caracterizaron
por una renovación en el flujo de capitales extranjeros hacia la
periferia, fruto de la creciente masa de capital generado en los
países centrales, cuyos requisitos no eran otros que asegurar
beneficios superiores a los riesgos.16
Paralelamente, que este ingreso impulse necesariamente el
crecimiento económico –como afirma Llach- resulta bastante
discutible, ya que dos terceras partes del mismo se orientaron a la
especulación y la parte destinada a inversión fue mínima,
centrándose fundamentalmente en la compra de empresas ya existentes
–profundizando la concentración de propiedad-. Este punto será
retomado al hacer un balance del crecimiento económico durante el
período. Además, los empresarios extranjeros tienen tanta “visión
para los negocios” que invirtieron allí donde se les aseguraba
ganancia sin riesgo y los locales se asociaron a ellos o vendieron,
demostrando su “plena” confianza en el modelo.
Los autores coinciden en remarcar la configuración de
una alianza de sectores – que Llach no pone de relieve ni considera
un aspecto importante, confiado, en el mejor de los casos, en la
transparencia de la competencia librada a los mecanismos del mercado-
cuyo peso para definir y torcer rumbos es fundamental. Este nuevo
bloque hegemónico, tal como sostienen Azpiazu y Nochteff, se
concreta entre los acreedores externos y los conglomerados de capital
local y extranjero. No es despreciable el aporte, siguiendo a
Schvarzer, de la tecnocracia económica y los dirigentes menemistas,
como intelectuales orgánicos al servicio del mismo. Unos ofrecían
contactos externos y otros legitimidad. Las políticas adoptadas así
como el ingreso al Plan Brady se orientan a “salvar” a los
acreedores externos, al tiempo que brindarles “nichos” de
ganancia asegurada a los miembros de la alianza (caso
privatizaciones) y una inmensa oportunidad de negocios conjuntos (vía
desregulación, apertura comercial y financiera, cambio en el patrón
de funcionamiento del sector público)17,
como veremos.
Un breve apartado merecen las relaciones de estos
sectores dominantes con el Estado. En tal sentido se ha
instrumentado un “Estado capitalista predatorio”, según la
acertada denominación de Borón, que ha facilitado y organizado las
actividades predatorias de los ricos contra los pobres, legalizando
el saqueo y garantizando las reglas clasistas que regulan el juego
de mercado. Esta forma de estado ilustra lo que Gramsci denomina la
fase “económico – corporativa”, en la que se intensifica la
extracción de plusvalía absoluta. Tiene, a su vez, la
particularidad de permitir fabulosas ganancias sin inversiones y en
plena decadencia económica.
- Algunas reformas clave (o la clave de algunas reformas): Política cambiaria, apertura financiera y comercial, desregulaciones y privatizaciones.
A juicio de Llach, los cuatro pilares que han permitido
alcanzar la senda del crecimiento económico sostenido –si se
avanza y persevera en ellos- son la convertibilidad, la apertura de
la economía, la desregulación y las privatizaciones. Interpreta
que, en el marco de la globalización y a partir de estas reformas,
todas las actividades privadas se han visto obligadas a invertir,
a aumentar su productividad y mejorar su calidad. A su vez, lo
que él llama “economía de oferta” (que puede crecer
endógenamente) –rasgo esencial del nuevo sistema de crecimiento
económico- recibe el particular sello de la convertibilidad con
apertura económica.
Este sistema monetario y cambiario, desde esta visión,
es mucho más exigente que cualquier otro, ya que en él los agentes
económicos pierden la esperanza de compensar sus ineficiencias
relativas vía devaluación. Por lo tanto, para mantenerse en el
mercado y crecer, deben aumentar necesariamente su productividad,
mejorar la calidad, introducir nuevos productos y mejores servicios,
entre otras cosas. En consecuencia y a medida que crece la confianza,
el “sesgo productivista” de la convertibilidad se va
haciendo más claro.
Por su parte, el sistema financiero está en su etapa
inicial, necesitándose una duplicación de su nivel de
intermediación. Es fundamental extender la bancarización de los
sectores populares, a juicio de Llach.
Esta “economía de oferta” impulsa, también, a la
diversificación, exigidos cada vez más los productores por
los consumidores. Este tipo de economía no es para Llach, otra cosa
más que una adecuación imprescindible a los tiempos actuales, ya
que tanto la demanda externa como la interna, carecen del papel de
otrora.
A su vez, las reformas económicas han creado las
condiciones para un aumento de los factores productivos:
retorno de fondos e ingreso de nuevos, boom de inversiones
(inversión extranjera directa y adquisiciones y fusiones), los
empresarios extranjeros, la “tierra” y las
actividades basadas en ella, el trabajo -que aumentó su
oferta-. También han dado lugar a una nueva “política
industrial”.
Veamos el análisis que de ellas hacen los opositores al
modelo. Azpiazu y Nochteff sostienen que algunos aspectos de la
estrategia que se aplicó a partir de 1991 se remontan al inicio de
la gestión, sin embargo, su consolidación recién se alcanzó en
esta fecha, debido a que el esquema monetario-cambiario que se adoptó
entonces se articuló con un “shock institucional” neoliberal. Es
conveniente separar para el análisis el esquema monetario-cambiario
de estabilización del resto de las políticas –que no se implican
necesariamente- pero cuya asimilación obedece a un propósito
legitimador de las transformaciones demandas por el bloque
hegemónico. 18
Con respecto al esquema monetario-cambiario, basado en
el anclaje del peso al dólar a un tipo de cambio fijo (1 a 1),
combinado con la convertibilidad del peso y el compromiso legal de
respaldar la emisión monetaria con reservas genuinas para generar
credibilidad externa y reducir expectativas inflacionarias. Su
propósito era hacer que la inflación llegase al nivel de la
norteamericana, ya que apertura comercial mediante, los bienes
transables deberían bajar o perecer frente a las importaciones. Esto
efectivamente ocurrió, pero se suponía que también los no
transables se mantendrían a raya, la realidad demostró todo lo
contrario19.
La ansiada estabilidad se logró, pero trajo otros problemas. La
apreciación del peso afectó la competitividad de los transables no
protegidos – especialmente industriales -, muy lejos de impulsar su
desarrollo como piensa Llach, y produjo una transferencia de
beneficios hacia los no transables, en particular hacia las firmas
privatizadas - que habían “obtenido-negociado” previos aumentos
de tarifas y precios -. Al mismo tiempo, como argumenta Borón, el
gobierno de Menem, “enajenó la soberanía sobre la propia
moneda” dejando al país “sin la menor posibilidad de
recurrir al instrumento de la política monetaria” en manos
ahora del Chairman del Federal Reserve Board de los Estados Unidos20.
Asimismo, la sobrevaluación de la moneda modifica
positivamente las variables que se relacionan con la deuda, prioridad
del plan, según el análisis de Schvarzer, y también tiene un
efecto positivo sobre el avance hacia el equilibrio del presupuesto.
Pero, como apuntamos, conjugada con la apertura comercial, favoreció
un fuerte incremento de las importaciones que crecen a mayor ritmo
que las exportaciones, por lo que la balanza comercial comenzó a
arrojar déficits crecientes. En claro queda en dónde están puestas
las prioridades con estos “estímulos negativos” sobre la
exportación y la dinámica de crecimiento. El círculo vicioso
crece como un globo peligroso a medida que el déficit comercial, más
el que proviene de los restantes rubros de las cuentas externas, es
cubierto por los flujos financieros que ingresan sosteniendo el
precario equilibrio. A su vez, para resolver los flujos financieros
de la deuda se apela a la multiplicación de los mismos flujos.
Esto se articula con la propuesta financiera, que retomó
el criterio adoptado durante la dictadura militar del 76, y aún con
más fuerza en las nuevas condiciones de estabilidad de precios.
El creciente aumento de los depósitos (en pesos y
dólares) dio lugar a una expansión de las entidades bancarias y sus
elevadas tasas permitieron enormes spreads que generaron grandes
beneficios a los bancos. También pudieron participar en muchos
“negocios” a partir de las desregulaciones, como la
intermediación en el mercado bursátil, los sistemas de
capitalización de aportes jubilatorios, la compra de bancos
provinciales, etc. A partir de la crisis mexicana la fragilidad del
sistema quedó en evidencia –salvo para Llach para quien demostró
su fortaleza- y a partir de la desconfianza se produjo un cambio de
propietarios hacia entidades extranjeras, ya que la apreciación del
peso hacía beneficiosa la venta. Esto implica, en pocas palabras, el
traslado del control de la mayor masa potencial de ahorro en el
sistema nacional hacia el capital externo.
En este contexto, el sector financiero lejos está de
operar como transmisor del ahorro hacia el desarrollo económico, no
facilita a las Pymes el acceso al crédito y condiciona las
inversiones otorgando créditos en función del patrimonio y no de
la calidad de los proyectos de inversión.
La primacía otorgada a esta actividad crea condiciones
que impiden forjar una base productiva orientada al desarrollo. Esto
es evidente en que, como hemos puesto de manifiesto, la combinación
de apertura financiera con sobrevaluación del peso muestra los
objetivos de los productores de bienes no comercializables
internacionalmente y los operadores internacionales, en perjuicio de
los sectores productivos exportadores.
Además, el ponderado ingreso de capitales no implica
una orientación productiva – sino más bien especulativa- y las
que lo hacen obedecen la lógica mercadointernista, tan abominada por
Llach y sus pares liberales, apuntando a satisfacer a la franja de
altos y medios ingresos.
El supuesto aumento de la productividad, calidad y
eficiencia –principales argumentos de Llach- resultan sumamente
cuestionados. Este aumento se debe más a la quiebra de empresas de
baja productividad que a una transformación tecnológica de la
industria. El aumento de la eficiencia es aislado y la calidad poco
tiene que ver con la propaganda de excelencia que acompañó al
modelo.
Las tan anunciadas privatizaciones no fueron, en rigor,
otra cosa que una forma de pago (capitalización) de deuda, que
permitió a los acreedores cambiar sus títulos de deuda –de escaso
valor de mercado y pago dudoso- por acciones de empresas monopólicas
cuyos beneficios eran seguros. Claro, los intereses que antes debía
pagar el estado argentino se convertían en beneficios a la empresa
pagados por los usuarios. De ahí la necesidad de mantener el
monopolio u oligopolio y las tarifas altas. Las consecuencias
negativas repercutieron en los consumidores y, entre ellos, el propio
Estado, como consumidor, generando probablemente un incremento en el
gasto global del sector público.
El “ideal de competencia” (del que habla la teoría)
al que aspira Llach, lejos quedó de llevarse a cabo, por las
condiciones monopólicas y oligopólicas que se ofrecieron. A esto
hay que sumar la casi ausencia de entes de control21.
Por otro lado, el efecto de las mismas fue efímero (dinero que entró
por única vez) y que, como hemos visto, logró reducir deuda
efímeramente –luego siguió su camino ascendente-. También generó
despidos por reestructuración de personal y por incorporación
tecnológica.
Las desregulaciones no fueron más que re-regulaciones,
tal como las caracteriza Azpiazu, ya que no se trata de una
desregulación generalizada del conjunto de las actividades
económicas, sino del despliegue de políticas en las que los
lineamientos estratégicos se subordinan al pragmatismo y las
discriminaciones, en función de las fuerzas de coerción del poder
político y económico. Así la liberalización de las fuerzas de
mercado se conjuga con desregulaciones en algunas áreas y sectores,
mientras otros aparecen con modificaciones normativas y
re-regulaciones, tal el caso de la industria automotriz, el mercado
laboral (cuya precarización normativa y “regulada” aparece
disfrazada de “desregulación”) o el financiero; y que implican
la transferencia del poder regulatorio a quienes pueden abusar de
posiciones oligopólicas, profundizando la concentración y
centralización del capital
- Balance del crecimiento económico: tipo de actividades en las que se sustenta, sus límites y los cambios reales operados
Según Llach, a partir de las reformas se han sentado
las bases para una nueva etapa de desarrollo económico que, no sólo
tiene suficiente solidez en este terreno, sino que puede convertirse
–buen gobierno mediante- en una nueva etapa del desarrollo
argentino globalmente. La nueva economía: subsidiaria, abierta e
integrada podrá, al fin, entrar en un ciclo largo de alto
crecimiento económico, a partir de una mejor inserción
internacional y continental en particular, una producción más
diversificada, integración regional y equidad social. La
implantación de un nuevo sistema de crecimiento con “motor
propio” interno es, para Llach, lo que ha ocurrido a partir de
las reformas, con lo que llama “una economía de oferta”, cuyo
empuje, como ha ocurrido –a su juicio- desde 1993, se irá volcando
hacia la exportación. Las reformas que han posibilitado esta nueva
situación son la convertibilidad, la apertura de la economía, la
desregulación y las privatizaciones que ya analizamos.
¿Cómo explica Llach el crecimiento económico?
Básicamente, a partir de la “economía de oferta”, la
incorporación de los factores productivos y, especialmente, por el
aumento de la productividad.
Sintéticamente, para él, se ha producido un “boom de
inversiones”, con un papel notable de la inversión extranjera
directa, y un fuerte aumento de la productividad que se explica por
el denominado catching up o convergencia a los niveles de
productividad y calidad internacionales. Es el factor fundamental, ya
que el aumento de las exportaciones, el ahorro, la situación fiscal
y la distribución del ingreso dependen de ella.
Para Llach es evidente que a partir de las reformas
Argentina tiene una nueva “política industrial” que apunta a un
“perfil productivo” con capacidad de crecimiento autosostenido,
orientada a beneficiar al conjunto de actividades, sin elegir
“ganadores”.
La nueva política ha permitido una notable
diversificación (en contraposición al sistema mercadointernista) y
con amplia base de recursos naturales exportables (combustibles,
minería, pesca, actividad forestal). Pero lo más importante es la
intensificación de su explotación, originada en cambios
tecnológicos, mayor valor agregado, nuevos productos y mercado.
Estos desarrollos son resultado de la apertura, la desregulación y
las privatizaciones, el abaratamiento de insumos y bienes de capital.
La industria manufacturera transita hacia la “escala,
la especialización, la calidad y el comercio intraindustrial, ahora
Argentina tendrá actividad industrial en todas las ramas, pero
especializada y de calidad. Como ejemplo de esto destaca los insumos
industriales, la industria automotriz, la de alimentos y bebidas y
manufacturas, que son principalmente pymes .
Observa mejoras notables en los servicios públicos, el
comercio minorista y los servicios privados. Dotados de un mejor
horizonte, los agentes económicos pueden planificar mejor ahorro,
inversión y contratación, pero lo más importante es el
abaratamiento de insumos y bienes de capital, aumentando el incentivo
a agregar valor. Sin embargo, hay un factor negativo y excepcional:
el encarecimiento del trabajo, con aumentos en el salario real.
Finalmente destaca que, felizmente, se ha recreado la
“cultura del trabajo”, la capacitación en el mismo. Por fin, el
efecto derrame empieza a dar sus frutos, dejando atrás la sociedad
de “suma cero”.
Cada una de las afirmaciones de Llach encuentra su
contracara en los argumentos dados por los detractores del modelo.
Para esta visión crítica, el mismo, tras los años dorados (91-94)
encuentra el límite en su propia lógica: una dinámica expansiva
basada en el aumento del consumo a partir de créditos financiados
por préstamos externos. Este es el “motor” del
crecimiento, un esquema basado en el financiamiento – endeudamiento
externo y no, como piensa Llach, sostenido por una “economía de
oferta” que crece endógenamente.
Por lo tanto, desde esta perspectiva, el esquema liberal
no genera más crecimiento que el anterior, sino menos, tratándose
más de un “mito” que de un hecho real. Si bien muchos autores
coinciden en admitir un crecimiento del producto (la tasa anual
promedio entre el 90 y el 97 fue de 6,5%) la sustentabilidad del
mismo es más que dudosa. En este análisis, el crecimiento es
explicado por la recuperación respecto al año 90 (el de menor
producto y mayor capacidad ociosa de los últimos 20 años), producto
de un “boom” por la estabilidad en el 91 y de condiciones
internacionales favorables; pero la posibilidad de sustentarlo es muy
débil, ya que la inversión y las exportaciones no alcanzan para
mantener el aumento del consumo y las tendencias negativas de la
cuenta corriente y el endeudamiento generan una crítica situación
para afrontar los pagos externos y mantener el arribo de capitales.
En realidad, después de la “crisis” y la
recuperación 96-97, la producción y el nivel de actividad cayeron y
los “sueños neoliberales” comenzaron a evaporarse. Las
“espectaculares” reformas introducidas en la Argentina no
permiten superar el atraso ni intensificar el ritmo de crecimiento
porque son “transformaciones adaptativas”, al decir de Notcheff,
destinadas a mantener nuestra tradicional posición marginal
internacional, un nuevo tipo de capitalismo periférico o “modelo
de adaptación” a las reglas de juego establecidas por la
globalización, reglas que, como explicamos, Llach observa
ventajosas para nuestro desarrollo.
En este sentido, Pucciarelli introduce el sugestivo
título de “crecimiento invertido”22
para dar cuenta de las contradicciones que alberga un proceso de
crecimiento que acentúa el atraso y la regresión de la estructura
industrial.
Para ver todo esto, nada mejor que atender al tipo de
actividades en las que se basa el mentado crecimiento y los cambios
efectivamente operados.
Con respecto a las actividades productivas se desarrolla
un proceso de creciente “primarización” de las exportaciones en
detrimento de los productos de mayor valor agregado, han crecido las
“comodities”, que son los productos con menor cuota de
elaboración pero los más sujetos a los cambios en los precios en el
Mercado Internacional, al tiempo que caen las manufacturas
industriales. Se trata de una “simplificación” de los objetivos
y estrategias de producción industrial, modelo adaptativo que se
expresa en la forma de insertarnos en el mercado mundial. El
enfrentamiento con la postura de Llach es evidente, para él la
industria va por la buena senda y las “ventajas comparativas”
avalan las actividades impulsadas por el modelo.
A su vez, el crecimiento económico de la década está
centrado en el sector servicios (obviamente no exportables). Con
respecto a la industria, crecieron unas pocas ramas, mientras muchas
desaparecieron. Argentina ha abandonado el camino industrial que
siguiera otrora. Paradójicamente, algunas industrias resultaron
grandes beneficiarias de las “re-regulaciones”, como la
automotriz, sumamente protegida. Aquí hay que destacar que el
componente importado de la producción tiende a aumentar (estrategia
de las multinacionales de comprar insumos a otras ramas de las mismas
empresas en otros países), en neto perjuicio de los productores de
bienes de capital local y que profundiza los lazos de dependencia de
la producción local respecto a la extranjera. Claro, para Llach por
suerte “se terminaron las ventajas para algunos privilegiados”,
ahora se benefician todos. Las relaciones con el exterior son
evaluadas en términos de integración y no de dependencia,
una forma particular de mirar las cosas.
Siguen argumentando los críticos: la industria nacional
no ha podido desarrollar lo que llaman “nuevas cadenas productivas”
(estrategias de mayor complejidad tecnológica para mejorar su
desempeño) que generen mayor valor agregado, aumentando la ocupación
y elevando su competitividad y posibilidad exportadora. Este proceso
era evidente en los 70, pero fue desarmado y desmantelado a partir de
políticas “desindustrializadoras”23.
Para Llach el valor agregado aumenta y también las posibilidades de
empleo.
Se verifica un crecimiento de las ramas “extractivas”
(petróleo, gas, minería) y, como dijimos, las producciones
exportables de escasa elaboración y uso de recursos (soja, pesca),
con bajo impacto en la industria y el empleo. Como vemos, se trata de
exportaciones basadas en la extracción de recursos naturales no
renovables (y que por lo tanto tenderán a caer debido a su
agotamiento). La diversificación de la que habla Llach, no es otra
que la explotación extensiva e intensiva de los recursos naturales,
elemento fundamental de la nueva política industrial.
Como alerta Schvarzer, el estancamiento relativo de la
producción material se disimula en las cifras globales del producto
vía manipulación de estadísticas, computando los “aportes” del
sector financiero (que debieran ser deducidos) y los servicios (muy
difíciles de medir).
- Vulnerabilidades y efectos negativos - en general- beneficiarios y víctimas: los costos sociales y la estructura social resultante
Sistematizando todo lo expresado hasta el momento
podemos resumirlos en los siguientes puntos que se encadenan e
implican recíprocamente:
- Concentración de la propiedad, del capital y del ingreso nacional.
- Distribución cada vez más regresiva del ingreso.
- Cambio en el vínculo entre desempeño económico y desempeño del empleo: los tramos de reactivación económica no tienen efecto sobre el empleo.
- Empobrecimiento general de la mayoría de la población.
- Crecimiento explosivo de los índices de desocupación y deterioro de las condiciones de vida y trabajo: desempleo, subempleo y empleo precario crecieron persistentemente.
- Vulnerabilidad, precariedad, inestabilidad, clandestinidad del trabajo y caída de las remuneraciones conocidas como “Flexibilización laboral”.
- Cambios regresivos en la estructura social: polarización, segmentación, fragmentación, dualización y exclusión social.
- Creciente diferenciación clasista de sociedad y “darwinismo social”.
- Restricción a largo plazo sobre los procesos de consolidación democrática
- Debilidad institucional y presupuestaria en materia de servicios públicos, políticas sociales y políticas activas de estímulo a la competitividad “real”.
- Estado con déficit fiscal permanente y con pésimas prestaciones sociales.
- Reducción del gasto público en general y del social en particular: educación, salud, seguridad social. Deterioro de la calidad de las políticas sociales. Reducción del margen de acción fiscal para atender a grupos sociales, provincias, regiones (aún de la propia coalición).
- Estado vegetativo del desarrollo científico y tecnológico local, con refuerzo de la dependencia en este terreno.
- Debilitamiento inédito del aparato judicial “independiente”.
- Sistema impositivo altamente regresivo.
- Vulnerabilidad externa: sistema económico vulnerable a los cambios internacionales, con retiro de capitales invertidos frente a situaciones de desequilibrio (ej. Crisis mexicana) por tratarse de “capitales golondrina” –están mientras los negocios sean rentables y seguros- y también las exportaciones dependen de los precios internacionales (productos primarios).
- Fuerte dependencia y débil equilibrio dependiente del mercado financiero internacional: de él dependen préstamos y negociaciones de deuda y, en definitiva, todo el financiamiento –endeudamiento (cada vez más caro) externo –desequilibrio de la balanza comercial-.
- Recesión, desinversión, declinación del PBI y estancamiento económico en general.
- Desindustrialización, primarización y subdesarrollo.
- Alto nivel de corrupción en la perversa relación entre Estado y burguesía.
Finalmente, beneficiarios y víctimas, como afirma
Borón, no depararon sorpresas. Los primeros, pocos, concentrados y
organizados (grandes grupos económicos nacionales y el capital
extranjero) y los segundos, muchísimos, desorganizados y dispersos
(sectores populares y amplias franjas de las capas medias). El
carácter regresivo y excluyente del proyecto no es más que la forma
acabada del iniciado con la última dictadura militar, protegiendo y
fortaleciendo los intereses de aquellos que articulan el proyecto
económico-político –social neoconservador.24
¿Qué decir del discurso neoliberal encarnado por
Llach? Los argumentos son repetidos y conocidos: encuentra que las
vulnerabilidades no deben adjudicarse al modelo sino a los costos
históricos de años de políticas equivocadas. Las reformas
económicas son las adecuadas no necesitándose más que
profundizarlas y seguir la senda para conseguir el desarrollo. Lo
único que puede imputársele son algunas “asignaturas pendientes”,
como educación y salud.
1
Esta es la posición sustentada por Juan Llach
2
Visión que, aunque apuntando a diferentes aspectos en sus
trabajos, comparten autores como Azpiazu, Notcheff, Schvarzer,
Aroskind, Pucciarelli, Borón, entre otros.
3
Es la postura en que coinciden las perspectivas de Palermo, Novaro,
Gerchunoff y Torre, entre otros.
4
Tal como sostienen, entre otros, Schvarzer y Azpiazu
5
Este argumento no es un dato menor porque, como veremos, es el que
lo lleva a sostener que el peso o costo de las
reformas es fruto de ese costo histórico y no consecuencia de ellas
mismas.
6
Puccciarelli
7
Pucciarelli, Azpiazu, Notcheff, Aroskind
8
Schvarzer, Pucciarelli. Sin embargo Borón, interpreta como el dato
singular del experimento de Menem el haber podido realizar el
“ajuste estructural” sin desestabilizar la democracia
capitalista, por lo menos en el mediano plazo y es, al mismo
tiempo, su gran “credencial” internacional.
10
Ver Punto El papel del capital extranjero y la alianza local.
11
Azpiazu, Daniel en Azpiazu, Gutman y Vispo “La desregulación de
los mercados. Paradigmas e inequidades de las políticas del
neoliberalismo”.
12
Sguiglia E. Y Delgado R.
13
Dorfman, Samuelson y Solow
14
Palermo; Vicente, 1999 “Mejorar para empeorar? La dinámica
política de las reformas estructurales argentinas”.
15
Aroskind, Ricardo “Argentina en los 90, o la pulsión
cortoplacista del capital” en la revista Herramienta.
16
En tal sentido se comprende que la llegada del capital extranjero no
está tan ligada a nuestro buen comportamiento, de lo contrario, no
se entenderían las inversiones en Afganistán o Cuba, claros
ejemplos de incumplimiento. (Aroskind, op.cit.)
17
Estas transformaciones tomaron cuerpo en el plano institucional en
la “Ley de emergencia económica” y en la “Ley de Reforma del
Estado”.
18
Azpiazu y Nochteff, 1998. “La democracia condicionada. Quince años
de economía”.
19
Desde la convertibilidad al 97 el índice de precios mayoristas
aumentó un 19% y el de precios al consumidor un 62%. Azpiazu y
Nochteff, op.cit.
20
Borón, Atilio, 1995. “El experimento neoliberal de Carlos Saúl
Menem”.
21
Gerchunoff y Torre “Política de liberalización económica en el
gobierno de Menem”.
22
Pucciarelli, Alfredo Raúl ¿Crisis o decadencia? Hipótesis sobre
el significado de algunas transformaciones recientes de la sociedad
argentina.
23
Azpiazu, op.cit.
24
Azpiazu y Nochteff, op.cit.
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