La política económica de la dictadura militar 1976 – 1983
Resultados y consecuencias inmediatos y de largo plazo
Carácter de ruptura o continuidad respecto al modelo de crecimiento previo existente
Presentación
Los
análisis del golpe militar de 1976, desde distintos enfoques y
abordajes, remarcan la intención de las FFAA de darle al mismo un
carácter “fundacional”;
desde su propia
perspectiva, significaba más que “poner orden” a los distintos
aspectos que juzgaban desquiciados de la vida política, social y
económica, de lo que se trataba era de la creación de una sociedad
nueva, a fin de “recomponer” las condiciones de acumulación del
capitalismo argentino1.
Esto dará lugar a una
profunda transformación de un conjunto de pautas vigentes hasta ese
momento y la implementación articulada de mecanismos de diversa
índole para producir tales cambios en la sociedad argentina, que
amalgaman, claro está, lo estrictamente “económico”, con
aspectos políticos y sociales. Una lectura que intente articular
estos niveles resultará más enriquecedora al momento de
desentrañar el significado de las políticas económicas aplicadas
durante el gobierno de facto.
Es
en este sentido que las drásticas modificaciones de las condiciones
económicas enlazan con cambios en la antigua estructura de
relaciones sociales y políticas, con el propósito de dar lugar a un
disciplinamiento
social generalizado, a eliminar la capacidad de resistencia de los
sectores populares, torciendo la relación de fuerzas a favor de los
intereses de los capitalistas,
de ahí la necesidad de
interpretar la
esfera económica en el marco de objetivos que sobrepasan sus
límites. La pretensión “estratégica”
del golpe se orientaría, según Quiroga2
a “estabilizar la hegemonía de una fracción de la clase dirigente
en el poder del Estado y en el conjunto de la sociedad, sobre la base
de proyectar políticamente su predominio económico”, un intento
de refundación del sistema político, que permitiese introducir en
él cambios duraderos.
En
virtud de lo expuesto, es claro que tal intento de disciplinamiento y
transformación puede comprenderse a partir de un bosquejo de los
rasgos centrales del modelo previo, y de las características que
tenía la Argentina de aquellos tiempos. Es fundamental, a partir de
esto, conocer el “diagnóstico” en el que convergieron los
participantes de la “coalición golpista” acerca del
funcionamiento de la economía argentina, como así también, las
“recetas” o soluciones que juzgaron pertinentes. Con esto se
vincula la presencia de un discurso que hunde sus raíces en el siglo
pasado3
(de más está decir que no es absolutamente homogéneo a lo largo de
la historia) de corte “liberal”. Durante el largo período que
comprende el modelo de crecimiento anterior (1930-1975-6) el discurso
liberal embistió contra él. Sin embargo, hasta 1976 no lograba una
posición hegemónica, pero a partir de entonces, lo que antes
existía como un “horizonte de discurso” logra concreción.
En
el desarrollo de este trabajo se intentará, por tanto, dar cuenta de
los puntos fundamentales de tal discurso, como así también
deslindar, en el
campo económico, los
objetivos y
proyectos declarados por las autoridades del gobierno militar de las
concreciones y sus consecuencias efectivas.
Esto permitirá evaluar con mayor claridad los alcances del éxito
o fracaso, según desde donde se mire.
Para
facilitar la exposición se analizarán separadamente, por un lado,
los componentes
fundamentales de la política económica
(y sin dar detallada cuenta de los vaivenes y matices, propios de un
análisis cronológico) y, por otro lado, los
efectos
“encadenados”
de corto plazo, para avanzar, finalmente, sobre los resultados y
consecuencias de largo plazo.
Un análisis integral supondrá dar cuenta de la
composición de la alianza golpista,
las estrategias
desplegadas,
los beneficiarios
y perjudicados,
como así también
puntualizar la incidencia de algunos factores externos.
A modo de marco
contextual y de referencia, una sintética enumeración de los
elementos fundamentales del modelo estado-céntrico, con especial
énfasis en lo económico, permitirá definir con mayor claridad
continuidades y rupturas producidas a partir del 76.
Breve
puntualización de los rasgos fundamentales del modelo
Estado-Céntrico (1930-1975-6)
- El funcionamiento de la economía se realiza en un marco público, es decir, que es el Estado el que incentiva el proceso de acumulación, fijando las “reglas del juego” a los actores económicos. En este sentido, actúa a un tiempo como empresario y, al otro, como protector y subsidiador del accionar privado. El Estado siempre fija las reglas del juego. La diferencia entre el modelo anterior y el posterior al 30, consiste en que el Estado fija reglas de juego que limitan el operar del mercado, así como anteriormente fijó reglas de juego que permitían su libre expresión, si cabe la palabra, aunque se debe recordar que después de 1914, el Estado intervino limitando la convertibilidad, las salidas del oro. Después de 1930 se instaura una política intervencionista en materia de comercio exterior, llevada a cabo por gobiernos conservadores y que a consecuencia de la crisis impuso límites a las exigencias del capital externo y desalentó las importaciones a través del manejo del tipo de cambio.
- Es así que se hace cargo de áreas estratégicas (que se considera no deben dejarse al accionar privado) y de emprendimientos que difícilmente éstos asumirían. Las reglas de juego para el sector privado consisten en medidas proteccionistas y un sistema financiero regulado, con créditos orientados a la industria y fijación de tasas de interés negativas. Es lo que se entiende por una política industrial activa (subsidios, exenciones impositivas, tarifas baratas, crédito regulado y fácil y enorme poder de compra del estado). No sólo protegió la industria sino que estableció las Juntas reguladoras de los distintos rubros de la actividad agropecuaria, como la JNG, JNC las Juntas de la Yerba mate y el algodón. Al comienzo, la protección se pensó transitoria hasta tanto se mitigaran los efectos de la crisis, pero la guerra europea dio al impulso industrial un carácter de irreversibilidad. El sistema de control de cambios fue en realidad pensado para poder establecer precios sostén para el trigo fundamentalmente, lo que no fue necesario dada la mejora en los precios internacionales por sequía en Canadá y USA.
- Si el modelo previo a 1930 –Agroexportador- reconocía en este sector al eje dinamizador de la economía, el hincapié estará puesto desde este momento en adelante en el sector industrial, para desarrollar lo que se conoce como proceso de industrialización por sustitución de importaciones, que orienta la producción hacia el mercado interno. Sin embargo, este sector no alcanzará con el paso del tiempo un desarrollo articulado, sino más bien su estructura interna será poco armónica, lo que traerá aparejada una escasa capacidad exportadora, sosteniéndose, en buena medida, en el mencionado amparo protector del estado.
- A partir de lo expuesto, es claro que, pese al cambio de modelo, el sector agroexportador sigue siendo fundamental, debido, justamente, a su capacidad exportadora, que lo convierte en el generador de divisas y en el productor de los bienes salario.
- Un aspecto en el que convergen ambos sectores es en la falta de reinversión tecnológica, que redunde en una modernización significativa. En el caso del sector industrial, no realizó inversiones de riesgo, orientándose en la producción de bienes de consumo final, pero en continua dependencia de los insumos y bienes de capital que no produce y, por ende, necesita imperiosamente importar, lo que resulta una fuerte restricción externa.
- Entre ambos sectores existe un importante desequilibrio, ya que no armonizan en una complementariedad que dé lugar a un desarrollo capitalista moderno, sino, por el contrario, actúan independientemente, pujando por sus respectivos intereses.
- Todos los aspectos señalados apuntan a conducir a la economía argentina a cíclicos cuellos de botella, que se expresan en crisis en la balanza de pagos, en virtud de la problemática ecuación entre mercado interno y sector exportador. Síntomas que fueron progresivamente evaluados como indicadores del agotamiento de este modelo de acumulación. Esto resulta evidente hacia los años 60, cuando el aumento de la demanda interna por la expansión del mercado interno presiona sobre el sector agropecuario, al tiempo que el sector industrial necesita de las divisas de aquél para importar y continuar su expansión. Por un lado, aumentan las importaciones –gran demanda interna- y por otro, disminuyen las exportaciones. En consecuencia, las divisas generadas por el sector exportador no cubren estas necesidades: se presenta un desequilibrio entre importaciones y exportaciones.
- Para hacer frente a estas crisis, un mecanismo recurrente fueron los “planes de estabilización”, vía devaluación para frenar las importaciones4, cuya contracara es la recesión, que se acompaña de la baja salarial (para compensar) pero que, a su vez, encadena una disminución del consumo, junto a la caída del empleo y el estancamiento. Son los denominados “ciclos de stop-go”5, cuyo factor emergente y desencadenante de la inestabilidad es la inflación y su secuela la modificación del esquema de precios relativos.
- Según la fase en la que se encontrara el ciclo económico (ascendente o descendente) el estado intervenía aplicando distintas medidas y favoreciendo a diferentes sectores, actuando sujeto a las necesidades de los agentes económicos – por ejemplo, los mencionados planes de estabilización o las protecciones y subsidios a la industria-. Tal acción resultaba unidireccional, en la medida en que se beneficiaba a unos y se perjudicaba a otros –aunque no excesivamente-, dando lugar a pugnas y presiones que se corporizaron en alianzas para presionar sobre el aparato estatal. Ni el sector industrial ni el agroexportador lograron modernizarse plenamente y asumir un comportamiento verdaderamente capitalista y, sin duda, el estado tuvo que ver en esto, ya que, dada su particular forma de intervención alimentó estas actitudes.6
- Esto lleva a algunos autores a plantear una virtual “colonización” del aparato estatal que lo convertiría en un estado que no puede erigirse sobre los sectores e intervenir eficazmente promoviendo un capitalismo eficiente y competitivo.7 A nuestro entender, esto más que significar que el Estado es débil pone en evidencia que ningún sector social tiene suficiente poder como para imponer una política acorde con sus intereses. La crisis impide una política hegemónica. Los sectores agropecuarios porque contra sus intereses se erige el resto de los sectores, los sectores industriales concentrados, que requieren dólar barato se enfrentan con los exportadores y con los sectores obreros que pujan por salarios más altos, los sectores obreros enfrentados a los otros dos, las clases medias oscilantes, apoyando ora a uno ora a otro, pero mucho más cerca de los sectores industrialistas. Sin embargo, para entender los conflictos no alcanza con la caracterización estructural sino que aquí juega un papel importante la filiación política de la clase obrera y parte de los sectores medios, o sea que no se entiende sin una referencia a la situación política.
A modo de cierre, podemos decir que, cuando hablamos de
la intervención del estado, ésta no se circunscribe al campo de lo
puramente económico, se despliega también en el área social, en la
que actúa regulando las relaciones laborales entre capital y
trabajo y aplicando políticas de tipo distributivo.
Vale aclarar que este modelo no se mantuvo en un todo
constante, sino que asumió dos variantes, una nacional y popular,
de tipo distribucionista, y otra desarrollista, de tipo
concentradora.
Es
importante enfatizar la cuestión de la relación de fuerzas, que
ayudan a comprender las consideraciones vertidas sobre el estado, ya
que nos encontramos, en líneas generales, con una situación que
podría caracterizarse como de “empate”
entre los actores relevantes (burguesía y sector popular urbano),
que se traduce en la capacidad de éste último de resistir y frenar
los embates del sector capitalista. Es, en gran medida, la
“identidad peronista” la que hace coagular elementos que logran
dotar de identidad al sector obrero. Esta circunstancia es sumamente
relevante si se la analiza a la luz de las relaciones de fuerza que
se pretende torcer con el golpe.
Si
nos detenemos en el escenario inmediato anterior al golpe (años
73-76) vemos como las tensiones se hacen particularmente intensas al
interior del propio movimiento peronista, en el que habían
convergido sectores que venían amasándose desde tiempo atrás. La
presencia, en esta coyuntura, de distintas vertientes en el seno del
peronismo8
y el conjunto heterógeneo de fuerzas que conformaban el mapa del
momento9
dan lugar a una pugna que se observa con claridad en el campo de las
decisiones económicas.
Es particularmente en la política económica donde las
tensiones hacen saltar la posibilidad de la aplicación de un plan
como el de Gelbard, que intenta articular los intereses entre
burguesía nacional y sector obrero (cae en 1974).
En
un contexto de agudización de la pugna distributiva y con problemas
de fondo, de naturaleza estructural al modelo de acumulación, se
desemboca en el año 1975 en una crisis que pone de manifiesto, para
muchos analistas, el agotamiento del modelo (ISI). Por este motivo,
esa fecha es una suerte de bisagra, ya que las “soluciones” para
salir de la inflación, la crisis de la balanza de pagos y el déficit
fiscal10
propuestas por Celestino Rodrigo, medidas conocidas como el
“Rodrigazo”, contenían en la receta, “ingredientes” de lo
que sería la “medicina económica” del proceso militar. Aquí,
encontramos ya un
paso en
el camino de torcer la relación de fuerzas,
volcando la balanza a favor del empresariado.
Es que, siguiendo el razonamiento de Pucciarelli, cuando
la fuerte discrepancia entre nivel de ahorro y de inversión disparó
la feroz pugna distributiva y una terrible confrontación política,
que se expresó finalmente en términos político-militares, esta
instancia produjo un cambio sustancial en el horizonte conceptual que
había sostenido el consenso original y permitió la “radicalización”
de los argumentos liberales que plantearon la necesidad de reformular
las políticas estatales que sostenían esa industrialización y sus
mecanismos de redistribución del ingreso. Veamos cómo fue
desenvolviéndose este discurso.
El discurso económico liberal, diagnóstico y recetario
En
esta concepción y, por ende, en los análisis que se desprenden de
ella vinculados a los “males” que observaron en el país y a las
“causas” que los provocaron, se encuentra implícita una visión
de la naturaleza humana, la sociedad y su correcto, o mejor dicho
“natural” funcionamiento.
Tal perspectiva
considera a la sociedad como un conjunto de diversas unidades de
decisión independientes. Desde este punto de vista, son los
individuos las células que componen el orden social y son ellos -y
no una organización corporativa que los aglutine- los únicos
legítimos defensores de sus intereses. Es, por lo tanto, la suma de
las orientaciones individuales lo que define el comportamiento
grupal.
Esta
visión atomista de la sociedad tiene su versión clásica en el
liberalismo económico de Smith y Ricardo, quienes consideraban el
orden social como
creación de los individuos al perseguir sus fines particulares, pero
sin conciencia de ello, guiados por la “mano invisible” se
encontraban en el mercado,
que operaba, por tanto, como asignador natural de recursos. En esta
línea, el Estado, aparece como un mal necesario que garantiza la
libre iniciativa de la sociedad que sustenta la seguridad privada sin
interferir con las leyes del mercado.
En
la versión local de 1976 la opción entre mercado y planificación
quedó rápidamente resuelta al nombrarse al Dr. Martínez de Hoz
como ministro de economía,11
lo que posibilitó que el diagnóstico formulado por el equipo
económico se convirtiera en el fundamento político-ideológico de
la acción de gobierno.12
El
discurso resultante asumió características propias, desprendiéndose
en varios aspectos de la literatura original, articulando
una “versión” que armonizó con el pensamiento militar
proporcionando una “filosofía fundante a una reformulada Doctrina
de Seguridad
Nacional.”13
Se amasó así una suerte de “liberalismo desde arriba” que
partía de un diagnóstico que enfatizaba la ingobernabilidad
intrínseca y la naturaleza indominable
de la sociedad civil. Confluían en esta
mirada, la crítica a las dos caras, según ellos, del modelo
precedente, el populismo y el
desarrollismo, ambas promotoras de la utilización del crecimiento
industrial como eje dinámico de la economía.
El juicio liberal sentenciaba la
ineficiencia de las políticas de industrialización y el
sobredimensionamiento del estado; una economía que caratulaban
de semicerrada y que había redundado en
una subóptima utilización de los recursos, una industrialización
subsidiada y artificial, que había encubierto beneficios a
empresarios ineficientes y una politización
de la transferencia de recursos.14
Según esta visión la explicación acerca de esta ineficiencia
industrial como así también la “distorsión” de los precios
relativos y la inflación
–tema medular para el equipo económico- se debían al elevado
gasto público, las empresas
del estado deficitarias, los créditos
y todas aquellas medidas que derivaban de la protección aduanera.
Otro factor decisivo para producir inflación, desde esa óptica, era
el poder de los sindicatos,
que presionaban para aumentar los salarios
e incrementaban los costos.
Siguiendo el análisis
de Cavarozzi, y a modo de síntesis, los liberales conjugaron en su
discurso, fundamentalmente, tres aspectos que resultaba inminente
erradicar: la subversión (que incluía
cualquier tipo de acción popular), la sociedad política
populista y el sector industrial y sus clases de
sustentación. Si bien la propuesta militar
propiciaba en todos los planos el “libre juego” de la economía
de mercado, de ello no es correcto derivar, automáticamente, un rol
ínfimo para el Estado en todas sus dimensiones. Lo que debía
desaparecer era el -por ellos considerado- Estado protector o
paternalista, derivando en las infinitas células de la sociedad las
actividades de las que “inapropiadamente” se había hecho cargo.
De esta forma, el principio de subsidiariedad del Estado operaba como
una transferencia a la actividad privada. Según Cavarozzi, y
contrariamente a lo que muchos piensan, la idea de “estado
fuerte” sería fundamental para modificar el viejo
orden populista, cuya intervención permitiría
desmantelar ese modelo de acumulación y, por otro lado, llevar
adelante la “guerra” contra la subversión, en el contexto de una
sociedad tildada de “enferma”. El proclamado
achicamiento del estado, como veremos más adelante, quedó más en
el plano teórico que en el de las realizaciones concretas, siguiendo
una lógica selectiva y limitada, es que, en este punto, las
posiciones liberales y neoliberales tienen una paradójica posición
ante el Estado, en situaciones de “peligro”, el
modelo hobbesiano se reivindica sin reparos: la seguridad de
los individuos y los bienes, la propiedad privada, las leyes de
mercado, la competencia y el lucro bien lo valen. Poner las
cosas en “su lugar” es tarea prioritaria. Por ello, el
liberalismo económico congenia perfectamente con dictaduras
militares y gobiernos autoritarios.15
Si bien, como decíamos,
el estado no se desdibujó completamente, las reglas del mercado se
aplicaron en áreas específicas de la economía, siguiendo un perfil
claramente discriminatorio.
Al insistir en la
importancia que tuvo para la concepción neoconservadora autoritaria
el impulsar la preeminencia del mercado –en segmentos
puntuales- estamos afirmando que ella no era sólo un
instrumento de política económica –ni el mecanismo que
establece reglas iguales al tiempo que educa en el cálculo de costos
y beneficios como en la versión clásica- sino un recurso
valioso de control social con el
fin de: destruir mecanismos mediadores, organizativos,
promover la desarticulación social, la atomización y la
competencia, resignificar identidades, tanto de trabajadores como de
empresarios, claro está, no de manera simétrica para ambos.16
En concordancia con el
diagnóstico expuesto, las recomendaciones y recetas que
dominaron las políticas económicas a partir del 76 pueden deducirse
fácilmente: tal como lo expresan Azpiazu y Nochteff, se buscaba
menos intervención estatal y más mercado –para que la
iniciativa privada desplegara su vocación creativa e inversora-,
menos consumo y más austeridad – para aumentar ahorro e
inversión-, menos atraso tecnológico y más modernización y
trabajo – para aumentar la productividad-. En definitiva,
“privatización, apertura, desregulación y sacrificio presente
para el bienestar futuro...”17
Vale recordar, siguiendo a estos autores, que la secuencia primero
invertir, luego crecer, para después distribuir se presentó
como una verdad indiscutible, como el objetivo de la política
económica.
Objetivos declamados, encubiertos, políticas implementadas y sus efectos inmediatos
En
torno al Proyecto que enarbolaron las FFAA convergieron sectores cuya
“voluntad golpista” venía cuajando desde 1975 y en la que
participaron conformando una suerte de “coalición”. Este nuevo
bloque dominante puede caracterizarse como una alianza
entre el estamento militar, el segmento más
concentrado de la burguesía nacional y de las empresas
transnacionales.18
(Por supuesto, no fue un dato menor el apoyo de la cúpula eclesial,
algunos Partidos Políticos y franjas de la clase media).
Las
políticas económicas del régimen militar dieron lugar, como hemos
señalado, a transformaciones tan profundas, a un “cambio en las
reglas de juego”, que trascienden el marco de lo económico para
producir una reestructuración integral de la sociedad. Esta
modificación de la estructura económica del país suponía el
abandono del modelo industrializador y sus bases sociales de
sustentación –en particular el sindicalismo peronista-,
produciendo un cambio radical en las relaciones de fuerzas.
Los
objetivos declamados
por las autoridades militares en llamado “Programa de
Recuperación, Saneamiento y Expansión de la Economía Argentina”
apuntaban, fundamentalmente, al logro del saneamiento monetario y
financiero, para dar paso a un crecimiento sin inflación, al aumento
de la tasa de crecimiento y a atender a una “razonable”
distribución del ingreso. El núcleo del programa se basaba en la
búsqueda de la estabilización de precios, salarios y tasa de
cambio, como así también la reducción del gasto público.
Los
objetivos no enunciados explícitamente
se orientaban, esencialmente, a desarticular las clases sociales
sostén del modelo anterior, entre otras medidas, a través de una
redistribución regresiva del ingreso, el ajuste del mercado de
trabajo, la reasignación de recursos, una apertura externa
asimétrica y la liberalización de los mercados, en particular el
financiero.19
Para
ordenar la exposición de las distintas políticas desplegadas se
presentarán los ejes esenciales de las medidas adoptadas en función
de alcanzar los objetivos fijados como prioritarios,
articulando paralelamente, los grandes paquetes que constituyeron el
núcleo medular de las decisiones económicas tomadas entre 1976 y
1981, aglutinadas en torno a tres reformas claves: la
operada en el campo financiero, la apertura en el comercio exterior y
la política cambiaria adoptada.
Se intentará, a su vez, encadenar los efectos
a corto plazo producto de la implementación
de las mismas.
El
primer aspecto considerado prioritario, de acuerdo con el
diagnóstico de la situación previa, fue el control
de la inflación. En este sentido
entonces, se desarrollaron acciones tendientes a atacar aquello que
la producía: la “distorsionada” estructura de precios relativos;
los causantes habían sido oportunamente detectados de acuerdo con
el balance que realizaron del modelo anterior, sólo restaba
combatirlos. Y así lo hicieron. El congelamiento de los salarios por
tres meses – que dio lugar a una brutal caída del salario real
superior al 30%-, la eliminación del sistema de control de precios y
el incremento del tipo de cambio fueron las líneas de acción
adoptadas.
La
articulación de estas medidas con las reformas introducidas en el
ámbito laboral,
nos da una dimensión más clara de aquello a
lo que se apuntaba, basta citar en este rubro la disolución de la
CGT, la supresión al derecho a huelga y de las actividades
gremiales, las reformas a la Ley de Contratos de Trabajo, la
eliminación de los convenios colectivos en materia salarial, entre
otras. Por supuesto, que estas medidas crearon expectativas
favorables entre los grandes empresarios, quienes vieron la
posibilidad de aumentar sus tasas de ganancia, vía debilitamiento
del poder sindical. Para esto, al propio nivel de la empresa se
implementaron mecanismos para restablecer la autoridad y disciplinar
la fuerza de trabajo, se individualizaron las relaciones de trabajo y
se ajustaron los salarios en cada unidad de producción en función
de la productividad.20
Un
tercer aspecto es vital introducir como parte de las políticas
económicas, el
genocidio, la represión y la violencia sistemática,
en conjunción con los aspectos antes mencionados, resultaron los
“medios” para reducir o eliminar las resistencias sociales,
reprimir los conflictos obreros y dar lugar al “ansiado”
disciplinamiento de los sectores populares.
La
evaluación conjunta de estos aspectos señala claramente el intento
de cambiar las relaciones de fuerza en detrimento de los sectores
populares. Más evidente resulta si se conjugan con las demás
medidas adoptadas, mirada global que ofrecerá un claro panorama de
beneficiarios y perjudicados.
En
un segundo momento, el equipo económico se orientó a estimular la
inversión para salir de la recesión, claro está, las extranjeras.
El nuevo régimen impulsaba una desregulación generalizada del
accionar del capital extranjero,
con idénticos derechos al nacional.
A
fines de 1976 se materializan una serie de medidas vinculadas al
comercio exterior.
Apuntaban en esta dirección, la unificación de la paridad cambiaria
financiera y comercial, la eliminación de regulaciones y subsidios,
destacándose la reducción de los derechos de exportación de los
productos agropecuarios, y fundamentalmente, la significativa
reducción de los aranceles de importación, con una caída en la
protección promedio superior a 40 puntos21.
Es el inicio de la apertura de la
economía, uno de los pilares de la
política económica de la dictadura, que no fue indiscriminada sino
particularmente discriminatoria y asimétrica. La protección se
orientó hacia aquellas ramas con ventajas comparativas, intensivas
en recursos naturales, las oligopólicas y las productoras de bienes
intermedios. Paralelamente, se sometió a una feroz competencia y
desprotección a las menos oligopolizadas, a los productores de
bienes más diferenciados y a los sectores que utilizaban más mano
de obra calificada y conocimientos tecnológicos y de ingeniería22.
Es muy relevante destacar que esta apertura se producía sin
acompañarse de medidas que incentivaran la producción. Aquí
también puede encontrarse un objetivo disciplinador de los agentes
sociales, tanto los empresarios antes “protegidos” como los
trabajadores, vieron sometidos precios y salarios a la competencia
externa, se dejaba así librada a su suerte a la industria, para que
actuaran “los eficientes mecanismos del mercado”.
A
mediados de 1977 toma el primer plano la
reforma financiera, y el ámbito
mimado de la política económica pasa a ser este sector, tal como
sostiene Schvarzer, la propuesta financiera es una estrategia
tendiente a modificar el status de la actividad bancaria y a favor de
la creación de nuevos instrumentos financieros23.
Se sustenta en la idea de utilizarlos como palanca para reformar todo
el funcionamiento de la economía, situación que derivó en
convertir a estas actividades en las más rentables del sistema. Sus
herramientas principales fueron la desregulación de los flujos
internacionales de capital, la liberalización de las tasas de
interés al juego del mercado y a la decisión de los bancos
privados, aunque conjuntamente, se daba la garantía estatal de los
depósitos (hasta un 100%), descentralización de los depósitos,
flexibilidad para instalar bancos y entidades financieras, la
liberalización del crédito por parte de estas entidades,
obligatoriedad del sector público de financiarse en los mercados
privados, y el ya mencionado, ingreso y salida irrestricto del
capital extranjero.
Esta
reforma, cuyo objetivo era la creación de un mercado de capitales en
el país, significó un viraje importante con respecto al
funcionamiento del sistema financiero en el modelo anterior,
caracterizado por una fuerte regulación por parte del Banco Central,
con una tasa de interés regulada con tendencia a la baja y el
crédito orientado a la actividad industrial, medidas concordantes
con los objetivos de aquel modelo.
Esta
política provocó un desplazamiento de los fondos disponibles hacia
las colocaciones a plazo, de manera cada vez más intensa en la
medida en que disminuía el mínimo autorizado. Los agentes
económicos se “acomodaron” a operar con tasas mensuales (y no
con el clásico valor anual) porque las colocaciones eran por breves
lapsos y por la presencia inflacionaria persistente. La tendencia a
largo plazo de las tasas reales se mantuvo negativa entre mediados
del 77 y 79, y a partir de allí pasaron a ser positivas.
El
conjunto de transformaciones operadas en el campo financiero
resultaron determinantes del desenvolvimiento posterior de la
economía, tanto en la transferencia de ingresos entre sectores, como
en la dinámica de acumulación de capital y en las formas del poder
económico24.
Hacia
1978 los escasos éxitos obtenidos en la contención de la inflación
y la contracción del nivel de actividad que venía profundizándose,
desembocan en una nueva etapa, caracterizada como el
enfoque
monetario de la balanza de pagos,
basado en una dinamización del proceso de
apertura y en el papel predominante de la empresa privada. El
instrumento utilizado, conocido como “la tablita”, fijaba un
ritmo devaluatorio anticipado y decreciente, a un nivel intermedio
entre la tasa de inflación interna y externa, hasta hacerlas
converger. El objetivo perseguido era que actuara como un “freno”
que, en base a expectativas controladas, contribuiría a bajar la
inflación; a través de la convergencia entre la tasa de crecimiento
de los precios internos y la inflación internacional más la tasa
de devaluación. En la misma línea, siguen profundizándose las
reducciones de los aranceles de importación –vía programa
quinquenal de reducción- y la anticipación de la reforma
arancelaria como mecanismo para controlar los precios.
Restan
señalar dos aspectos más en el plano de las decisiones económicas,
el proceso de
privatizaciones y los regímenes de promoción industrial.
Ya desde mediados de la década del 60 venían desarrollándose en el
país estos regímenes, cuyo objetivo, como señala Schvarzer, era
generar un entramado fabril promoviendo la consolidación de una
clase industrial nacional, concediéndoles generosos beneficios para
que llevaran a cabo estos proyectos. Sin embargo este autor destaca
que este impulso no tuvo continuidad a partir del 76, apreciación no
compartida por Neffa, quien destaca su continuidad e intensificación.
El contenido de los mismos consistía en permisos especiales para
importar bienes de capital y equipos, facilidad de créditos para
realizar estas operaciones, fácil acceso a terrenos fiscales,
tarifas promocionales de servicios, exenciones impositivas y cargos
por parte del sector público de la infraestructura necesaria para el
montaje, mercado interno asegurado por protecciones aduaneras y por
la vigencia de la “Ley de Compre Nacional”.25
Se buscaba beneficiar a los establecimientos que se radicaran en las
provincias más subdesarrolladas, apoyando las inversiones
extranjeras y, finalmente, promoviendo una transferencia de los
recursos del Estado hacia empresas particulares. El resultado fue la
radicación de sucursales de importantes firmas en el interior,
llegando a constituir “verdaderas islas tecnológicas”, sin
integración con el resto de la economía local y que, en la mayoría
de los casos, sólo se utilizaban como depósitos de empaque de
productos, que se registraban como si efectivamente hubiesen sido
producidos allí.
Con
respecto al proceso de privatizaciones, caratulado por Schvarzer como
“vergonzantes” del período 76-81, encontró múltiples
obstáculos. Se siguieron dos caminos, por un lado, vender empresas
menores, no estratégicas, que estaban en manos del Estado por
desinterés de los privados, intento que se frustró aunque fue
intensamente promocionado. Por el otro lado, se desarrolló la
llamada “privatización periférica”, que no era otra cosa que
ceder a los privados actividades realizadas por los mayores entes
estatales, actuando como subcontratistas del Estado, sin riesgos y
con amplios beneficios (YPF subcontrató varias de estas empresas, lo
mismo ocurrió en el área de teléfonos).
En marzo de 1981 se
produce la sucesión presidencial y el reemplazo de los referentes
económicos, que no trae aparejado un cambio significativo de la
estrategia económica desarrollada hasta entonces, simplemente se
limita a suavizar sus efectos más nocivos.
Veamos
cuáles fueron, en suma, esos efectos
nocivos en el corto plazo,
derivados de cada una de estas medidas
–adoptadas entre 1976-1981- y como se potenciaron al actuar
encadenadamente, aumentando y acelerando las consecuencias
negativas.
Con
respecto a las medidas tomadas para detener la inflación,
prioritarias durante el primer año, no lograban contenerla, de
manera que se vieron obligados a introducir variantes aún
contradictorias con sus “principios”, tales como la “tregua de
precios” que aún no pudieron frenarla y que, conjugada con la
fijación de “topes salariales” –siempre por debajo de la
inflación- produjo una fuerte reducción
de los ingresos de los trabajadores,
cuyos salarios reales se flexibilizaron hacia abajo, lo que hizo
descender la participación de este sector en la distribución del
ingreso nacional, con lo cual se redujo su papel en el mercado
interno, encadenando un desaliento para la producción industrial de
bienes durables.
Las
drásticas alteraciones sufridas por la estructura de precios
relativos fue un fenómeno característico generado por la aplicación
de las políticas económicas militares, dando lugar a una
transferencia de ingresos entre los actores
económicos, favoreciendo a quienes
pudieron desplazar sus excedentes con mayor agilidad.
Lo
que realmente sucedió con respecto a la reforma cambiaria fue que,
al quedar pautado el nivel de devaluación y controlado a través de
la “tablita”, en un contexto en el que la inflación tardó mucho
en bajar y en el que, de hecho, nunca llegó a ser baja, se fue
generando una situación de retraso
cambiario, dado que el dólar estaba
“barato” con relación a los precios internos en moneda nacional
que, como ya dijimos, afectó tanto a las industrias productoras de
bienes transables como a las de insumos y capital. Claro está, que
si a esto sumamos el proceso de apertura comercial ya señalado, la
acentuación del efecto recesivo es
muy profunda.
Entre
los años 76-81 se desarrolla, como ya se explicó, la fase de fuerte
apertura al comercio exterior. La reducción de las tasas
arancelarias y las restricciones para importar productos ya
fabricados en el país se redujeron tan significativamente que el
promedio nominal legal de dichas tasas llegó a verse reducido a casi
la mitad. Como no podía ser de otra forma, hacia mediados de 1980
comienzan a sentirse los efectos derivados de estas políticas, ahora
agudizados por un “acelerado dinamismo en el proceso de apertura
externa”, producto del abaratamiento de las importaciones por la
revalorización del peso26,
y de una serie de medidas como la incorporación de los gravámenes
extraarancelarios al arancel de importación, la supresión de
aranceles a insumos no producidos en el país, entre otras, que no
lograron la meta de la convergencia de precios y que, tuvieron un
efecto decisivo y fulminante sobre algunas
ramas del sector industrial local productoras de bienes expuestos a
esa competencia, dando lugar a un proceso desindustrializador27.
Entre 1980 y 1982 el producto industrial ha
alcanzado una caída de casi un 25%.
La
consecuencia inmediata de esta drástica reducción de aranceles y de
los precios, potenciados por el abaratamiento del dólar, fue el
estímulo a las importaciones, que generaron un elevado
déficit de la balanza comercial
durante los años 80-81, que obligaron a morigerar sus efectos a
partir del cambio de autoridades. Fue así que los “regímenes de
promoción industrial”, entre los años 76-81, se vieron altamente
beneficiados por los aspectos recién señalados (la tasa de cambio
que sobrevaluaba la moneda nacional) que hacían barata la
importación de maquinarias y la obtención de créditos
internacionales en moneda extranjera, en
neto perjuicio de las exportaciones.
Fuertes
efectos negativos se encadenan a la subida de las tasas de interés
que resultaban positivas en términos reales, hecho que atentó aún
más contra la actividad productiva. Esto dio lugar a un creciente
endeudamiento de la mayor parte de
las firmas –las manufactureras particularmente- que, dado el marco
general de incertidumbre, potenció aún más el aumento de las tasas
y, consiguientemente de la inflación, por el costo que las mismas
representaban para los empresarios, que no podía ni siquiera
contenerse por la convergencia buscada a través de la apertura
comercial.
Quizá
el efecto más nefasto de esto estuvo asociado con el hecho de que la
tasa de interés local fuera mayor que la tasa de devaluación y que
la tasa de interés internacional, hecho que promovió un descomunal
proceso de especulación financiera. La
denominada “bicicleta
financiera” era un atractivo
mecanismo de valorización financiera del capital, en desmedro de su
valorización productiva.
Ya
desde 1979 –como adelantamos- las altas tasas de interés atentan
decididamente contra la actividad productiva, ya que las actividades
especulativas son las más rentables de todo el sistema, que ahondan
aún más la crisis de la pequeña industria y aumentan las
tendencias recesivas, llegando a poner en riesgo al propio sistema
bancario. Cuando todo parecía indicar que las entidades bancarias
pasarían a formar parte del nuevo liderazgo privado de la economía,
en 1980 la crisis desatada en el
sistema bancario obligó al Banco
Central a aplicar medidas de salvataje y al cierre de más de un
centenar de entidades, sin hablar del costo que generaron en concepto
de garantía de depósitos. La incertidumbre consiguiente y la poca
vida asignada a “la tablita” motiva a los ahorristas al
desplazamiento a dólares y a los bancos a elevar aún más las tasas
de interés para retenerlos, generando un círculo vicioso, que
desemboca en cuantiosas fugas de
capitales.
Claro que en el “negocio
de la bicicleta financiera” no podían participar todos, sino
quienes estuviesen en condiciones de pedir créditos en el exterior,
o sea, los grandes grupos más concentrados de la economía nacional.
Diversos factores se conjugan para producir un fuerte incentivo para
el endeudamiento externo, al tiempo que se ve atraído también el
capital extranjero.
A los factores locales es
necesario sumar los internacionales, la “Crisis del Petróleo”
generó la afluencia masiva de capitales a los bancos
internacionales, y la existencia de esa enorme liquidez internacional
–con bancos dispuestos a prestar de manera bastante irresponsable,
en particular a los países periféricos que ofrecían condiciones de
obtener jugosas ganancias-, en un contexto en el que a su vez, la
tasa de ganancia dentro de la esfera productiva había decrecido,
impulsan a los bancos a prestar por fuera de este circuito.
Convergen,
por lo tanto, de afuera y de adentro las condiciones que favorecen al
endeudamiento, que comienza por el capital privado; son
fundamentalmente los grandes grupos económicos nacionales y las
empresas transnacionales quienes la contraen –sumando el 70% de la
deuda-, y que la destinan, en gran medida, a la especulación
financiera. Hacia 1981 se precipita la “crisis
de la deuda”,
dando lugar a un déficit de la cuenta corriente, por el drenaje de
divisas para pagar intereses de la deuda –siempre crecientes por la
tasa de interés variable- y por la desequilibrada balanza
comercial. A esta crisis contribuyeron el aumento de las tasas de
interés mundiales, la retracción del crédito y la caída de los
precios internacionales de las materias primas.28
La deuda será, de ahora en más, un problema crucial y estructural
en la balanza de pagos, que se agrega a los ya históricos.
La dictadura elige un
camino consecuente con la línea adoptada a lo largo de todo el
régimen para “resolver” el problema de la deuda que, con el
cambio de autoridades y la devaluación que finalmente llegó – y
selló el fracaso de la política cambiaria-, se veía fuertemente
encarecida. La “salida” es la asunción por parte del Estado de
los compromisos y riesgos tomados por las empresas privadas, los
mecanismos utilizados resultaron de la combinación de un sistema de
financiamiento a mediano plazo a tasas reguladas –por debajo de la
inflación- que permitieron la licuación de pasivos. Los “seguros
de cambio”, que permitían al Estado prorrogar los plazos
impulsando la renovación de las deudas y postergando la entrega de
divisas al capital privado, garantizaban al empresario un valor
estable pactado anticipadamente para el dólar –mientras tanto la
inflación iría licuando los costos-. Paralelamente el Estado va
endeudándose para sostener el déficit de cuenta corriente, para
proteger al endeudamiento privado.
Finalmente,
la estatización de la deuda
no fue otra cosa que asumir la deuda privada como propia, tratando
directamente el Estado con los acreedores. Un mecanismo usual, la
colocación de bonos entre los acreedores fue, progresivamente,
aumentando la deuda.
Los resultados
de largo plazo, continuidades y rupturas con el modelo previo
Las
consecuencias de largo plazo o la “herencia”
que deja el gobierno puede sintetizarse en los siguientes puntos:
- Enorme deuda externa en manos del Estado
- Fuerte desequilibrio de la balanza de pagos – que suma la deuda a sus problemas estructurales-, inflación, déficit fiscal
- Panorama recesivo en lo social, redistribución regresiva del ingreso, modificación de la relación de fuerzas.
- Disciplinamiento social generalizado
- “Desindustrialización”
- Aumento del poder de condicionalidad de los organismos externos
- Enorme concentración y poder estructural de la élite económica y fuerte condicionamiento para establecer políticas de ajuste en los gobiernos posteriores
Algunos de estos puntos ya han sido suficientemente
explicados, restan organizar sintéticamente algunos aspectos
salientes.
Las variables macroeconómicas fundamentales a
considerar dejan un saldo penoso: la inflación estuvo muy lejos de
ser contenida, la deuda pesando sobre la tradicionalmente
estrangulada balanza de pagos y la prometida reducción de un déficit
fiscal que nunca se redujo, ya que lo que recortaron en gastos
sociales lo sumaron en obras de infraestructura y mayor presupuesto
militar y de seguridad.
Azpiazu, Basualdo y Khavise sostienen que los “grandes
logros” del gobierno militar se vinculan con la regresión de los
ingresos y el disciplinamiento social alcanzado. Mecanismos tales
como la prolongación de la jornada laboral, el aumento de la
productividad en un marco de expulsión sistemática de mano de obra,
el cercenamiento de conquistas laborales, la represión y persecución
trajeron aparejados una creciente apropiación del excedente por el
sector empresario –que aumentó significativamente sus tasas de
ganancia- y, consiguientemente, una intensificación en el uso de la
fuerza de trabajo. Como afirman estos autores, el empresariado asumió
la tarea “disciplinadora” con tanto o más énfasis que el propio
gobierno. El saldo dejado fue un nuevo y más bajo nivel salarial y
el objetivo de torcer la relación de fuerzas, alcanzado.
Con respecto al sector industrial es pertinente hacer
una serie de discriminaciones. Si bien la contracción del nivel de
actividad industrial es la consecuencia quizá más importante del
régimen, hay que marcar la discontinuidad e irregularidad en el
comportamiento de las distintas ramas, y la diversidad en cuanto a
los tipos de firmas privilegiadas y perjudicadas. Dada la
inestabilidad del mercado industrial por las intensas modificaciones
de los precios relativos, la estrategia adoptada consistió en
desplazarse hacia otras actividades tales como la especulación y las
beneficiadas por la política estatal.
Esto
trae como consecuencia una ventaja para quienes están en mejores
condiciones estructurales de desplazar sus excedentes, dando lugar a
una creciente oligopolización de los mercados, con un aumento de la
participación del estrato más concentrado de ramas y cambios en la
composición del conjunto de bienes industriales –primando los
bienes intermedios29-,
justamente producidos por aquel estrato concentrado, hecho que
conduce al predominio de un tipo de empresas y confluye en un
proceso de concentración y centralización del capital.30
Estas
empresas son los grupos
económicos (GGEE) y las empresas transnacionales diversificadas o
integradas (ET).
Las empresas estatales fueron “deliberadamente” perjudicadas en
lo que significó una transferencia hacia las empresas privadas, por
un aumento del volumen de producción pero una caída en los precios
relativos.
Los grandes beneficiarios son actores que ya existían
en la economía argentina, la nueva élite está conformada por
fracciones de ambos tipos de capital, nacional y extranjero;
orientando sus inversiones hacia las ramas industriales protegidas y
subsidiadas, o sea, las de menor valor agregado y menor riesgo y
beneficiándose con los contratos del estado (la construcción, los
servicios) al tiempo que invierte en la especulación financiera.
Los
grandes perjudicados fueron esencialmente las
pequeñas y medianas empresas,
aunque también salieron mal paradas las empresas transnacionales no
diversificadas y las nacionales independientes. Nochteff destaca
también, el retroceso tecnológico del país, resultando las
industrias del complejo electrónico las más afectadas.
Por
lo tanto, y siguiendo a los autores mencionados, cuando hablamos de
“desindustrialización” - efectivamente la industria fue el
sector más golpeado del período- no significa un sesgo
anti-industrialista, ya que la expansión de las nuevas fracciones de
la élite dominante se dieron, en cuotas significativas, en esta
actividad31.
La “desindustrialización” da cuenta del achicamiento de la
estructura industrial por la desaparición de ciertas fracciones y la
concentración en manos de los grupos beneficiarios.
Otro aspecto aún más falta considerar como pesada
herencia de esta nueva composición del poder económico, al ocupar
un lugar de privilegio tanto por sus activos en el país como por
sus inversiones financieras en el exterior, los GGEE y las ETDI
asumen una capacidad de condicionamiento sin precedentes. Si estas a
su vez se enlazan con la fragmentación y desarticulación de los
sectores populares, que colocan en grave encrucijada la posibilidad
de hilvanar un proyecto nacional y popular a futuro.
Palermo
y Novaro analizan los rasgos de ruptura
y continuidad
del golpe militar respecto del modelo de acumulación anterior, no
circunscribiéndose estrictamente al plano económico.
Uno
de los aspectos que habíamos puntualizado del modelo previo era la
centralidad del Estado, contra la que el discurso liberal embestía
constantemente bajo el lema de “dejar todo librado a las fuerzas
del mercado”. Sin embargo, las concreciones efectivas del programa
militar resultaron una extraña mezcla de liberalismo y estatismo, de
orientación sumamente selectiva, en las que se dejó que las
“fuerzas de mercado” operaran discriminatoriamente.
En este sentido, un factor de continuidad, aunque no
exclusivamente económico pero con incidencia en este campo, es el
déficit que persiste con respecto a la autonomía del Estado, aunque
ahora funcionando de manera más discriminatoria. Los militares
acceden al Estado como una corporación y no plantean o no logran
racionalizar el funcionamiento del mismo, sino que gobiernan según
sus propios intereses y problemas internos, favoreciendo
unidireccionalmente a un sector social: el gran capital.
Las rupturas son apuntadas por autores como Azpiazu,
Basualdo y Khavisse que remarcan el carácter fundacional, pero que
argumentan que recién a partir de 1980, con la crisis, se alteran
realmente los patrones de la industrialización sustitutiva. Los años
precedentes mostraron un “industrialismo concentrador”. Es a
partir de esa crisis que se dan las condiciones que modifican la
estructura previa, estableciendo una diferencia fenomenal entre
beneficiarios y perjudicados, a través de la brutal redistribución
del ingreso desde los asalariados al resto no asalariado, y otros
perdedores como los sectores empresarios medios y pequeños y la
consolidación, en el otro extremo, de las fracciones de la clase
dominante que aumentaron su poder y capacidad de condicionar el
accionar del Estado.
Emerge claramente que la recomposición resultante es
casi la contracara del modelo previo, en el que los sectores que se
veían beneficiados eran la burguesía industrial nacional y los
sectores populares –en la variante populista-, primaba la
orientación industrialista como eje del desarrollo económico, la
regulación del sistema financiero, el desarrollo del mercado
interno, la protección aduanera a la industria, el papel central del
estado como asignador de recursos, entre otros aspectos.
Veamos, sin embargo, los límites de estas oposiciones.
El Estado Militar, lejos de los discursos, aparece protegiendo y
subsidiando las ramas industriales a las que quiere beneficiar. Las
únicas políticas neoliberales que aplicó el Estado Militar fueron
la apertura comercial -discriminatoria-, es decir, para aquellas
industrias que no estaban protegidas; y la liberalización del
mercado financiero.
Así, el papel del Estado en las privatizaciones
realizadas, de tipo periférico que otorgaron actividades de empresas
públicas en forma de “concesión” a los actores privados y la
persistencia de los mecanismos de asistencia al capital privado como
el elevado gasto público, son signos que evidencian que, aunque con
distinto perfil, que el Estado no se retrotrajo tanto como declamaban
frente al mercado. Es más, lo que deja en claro es que el intento
refundacional tiene un límite y un contenido preciso.
También
es cierto que, como argumenta Pucciarelli32,
la fracción tecnocrática liberal se enfrentó con el sector
castrense ligado a la administración de las grandes empresas
públicas y a la expansión del complejo militar-industrial, y en
este sentido, tampoco se concretó una modificación sustancial del
rol del Estado en la economía y siguió siendo importante fuente de
empleo.
Finalmente, desde esta interpretación, el Estado
militar intervino económicamente, a través de sus planes, subsidios
y protecciones, con una definida orientación: favorecer a un sector
social al tiempo que “disciplina” a otros. Es lo que Palermo y
Novaro llaman “la exacerbación del capitalismo asistido” que
lejos de producir una transformación virtuosa del modelo de
acumulación, generó grandes costos. Si evaluamos el éxito del
Proyecto Militar en función de la recomposición hegemónica y
desde la perspectiva de la élite económica el resultado no podía
ser mejor, ahora bien, desde el conjunto de la sociedad, y las
consecuencias que dejó como pesada herencia se pensarían difíciles
de emular, sin embargo, la historia argentina futura nos depararía
ingratas sorpresas.
1
En este sentido fundacional muchos autores lo vinculan con
el golpe del 66, según el análisis de Cavarozzi; Marcelo en
“Autoritarismo y Democracia (1955-1996)” las sucesivas
intervenciones militares multiplican progresivamente las facetas
cuestionadas como así también la percepción militar de una
involucración mayor para arreglar las cosas hasta la percepción de
la necesidad de producir un cambio radical, como ocurrió en el 76.
2
Quiroga, Hugo, en “El tiempo del Proceso. Conflictos y
Coincidencias entre políticos y militares, 1976-1983 (1994).
3
Algunos autores insistirán en los lazos de continuidad con el
Proyecto del 80, ver al respecto Naúm Minsburg “Capitales
extranjeros y grupos dominantes argentinos”, Mario Rapoport “De
Pellegrini a Martínez de Hoz: el modelo liberal”. Otros prefieren
puntualizar las diferencias que los separan, tal el caso de Gabriel
Montergous en “La generación del 80 y el proceso militar”.
4
Este tipo de medidas favorece de manera evidente al sector
agroexportador. Son, de alguna manera, pequeños anticipos de la
“medicina liberal” que llegará, más adelante
–desgraciadamente- con toda su contundencia.
5
Pucciarelli, Alfredo “Dilemas irresueltos en la historia reciente
de la sociedad argentina”
6
El sector agropecuario tuvo un proceso de
modernización y mecanización que permitió su recuperación, pero
la naturaleza del comercio exterior argentino, bienes de capital de
precios crecientes contra materias primas de precios decrecientes (
alto valor agregado contra escaso valor agregado ) hacían que la
renta agropecuaria que nunca fue suficiente para financiar
completamente el desarrollo argentino, lo fueran menos aún.
7
Ver al respecto O’Donnell, Guillermo, “Estado y alianzas en la
Argentina, 1956-76”, donde analiza la conformación e incidencia
de alianzas de tipo “ofensivo” - entre gran burguesía urbana y
burguesía pampeana- y “defensivo” –sectores medios, pequeña
burguesía industrial y sectores populares-, según este autor el
poder de veto de esta última lograría socavar desde abajo el poder
de la primera, haciendo desvanecer los intentos de aplicar políticas
estables. El otro factor decisivo que incluye es la “acción
pendular” de la gran burguesía urbana que coartó la posibilidad
de llevar adelante una dominación política estable, articulando
una alianza de largo plazo con la burguesía pampeana, capaz de
modernizar el capitalismo argentino y revertir el comportamiento
cíclico de la economía.
8Tales
vertientes podrían englobarse en cuatro grandes paquetes: a) un
sector de izquierda radicalizado,b) sector político peronista
clásico, c) la dirigencia sindical ligada a este último y d) la
ultra derecha peronista.
9
El mapa de actores relevantes comprende a la burguesía – con
distintas expresiones: agraria, gran burguesía urbana, burguesía
local, con intereses diferenciados- y al sector popular urbano.
10
Ya Gómez Morales, anterior en el desempeño del cargo a Celestino
Rodrigo, había intentado un ajuste más moderado, son los
mencionados “planes de estabilización”.
11
El Ministerio de Planeamiento fue “descendido” a Secretaría
12
Oszlak, Oscar en “Proceso” crisis,y transición democrática/1,
“Privatización autoritaria y recreación de la vida pública”.
13
Cavarozzi, Marcelo op.cit.
14
Acuña, Carlos. Boletín Informativo Techint Nro 255. “Empresarios
y política. Una relación de las organizaciones empresarias con
regímenes políticos en América Latina: los casos argentino y
brasileño”.
15
Argumedo, Alcira “Los silencios y las voces en América Latina”.
Sostiene que el estado policial ha sido una constante en el
pensamiento económico liberal y que si estas preocupaciones no
aparecían en los clásicos es porque Inglaterra lograba imponerse
sin obstáculos. Ideólogos de la talla de Milton Friedman y Von
Hayek, defienden la concepción policial del estado como vigía
cuando los irresponsables hacen peligrar la libertad de
mercado, no sorprende que Friedman haya avalado las medidas
represivas del Gral. Pinochet.
16
Ver Oszlak, op. Cit. ; Cavarozzi, op. cit. Y Acuña, op. cit.
Cuando se analicen las consecuencias de la
política económica se profundizarán estos puntos.
17
Azpiazu, Daniel y Nochteff, Hugo “El Desarrollo Ausente”
Subdesarrollo y Hegemonía Neoconservadora. ¿Veinte años no es
nada?
18
Torrado, Susana “Estructura social de la Argentina”
19
Azpiazu, Daniel y Nochteff, Hugo en “La democracia condicionada.
Quince años de economía”.
20
Neffa, Julio César “Modos de regulación, regímenes de
acumulación y sus crisis en la Argentina”.
21
Azpiazu, Daniel,; Basualdo, Eduardo y Khavisse, Miguel “El nuevo
poder económico en la Argentina de los años 80”.
22
Azpiazu, Daniel y Nochteff, Hugo. “La democracia condicionada...”
op. cit.
23
Schvarzer, Jorge. “Implantación de un modelo económico”.
24
Azpiazu, Basualdo y Khavisse. Op. cit.
25
Neffa, Julio César . Op. Cit.
26
Recordemos que “la tablita” se mantuvo hasta marzo de 1981.
27
Esta política comenzó a ser criticada a partir de la segunda mitad
de 1980 por referentes de los sectores que le habían servido de
sostén: la Unión Industrial Argentina y La Sociedad Rural
Argentina
28
Azpiazu, Daniel y Nochteff, Hugo. “Quince años de democracia...”
op.cit.
29
Los bienes intermedios que más avanzan son la refinación de
petróleo, la elaboración de sustancias químicas industriales, de
hierro y acero.
30
Azpiazu, Basualdo y Khavisse.Op. Cit.
31
No olvidemos que la porción más relevante de los excedentes se
destinó a la especulación financiera, y a servicios y bienes
vinculados con los sectores de más altos ingresos. La apertura
externa permitió las transferencias al exterior y finalmente, la
absorción por parte del Estado de su endeudamiento fue una forma
indirecta de apropiación de excedentes.
32
Pucciarelli, Alfredo Raúl. “¿Crisis o decadencia? Hipótesis
sobre el significado de algunas transformaciones recientes de la
sociedad argentina.
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